1.Una lágrima nació en el útero de mis ojos y trémula al contacto con el aire gritó enmudecida por el sufrimiento ajeno y propio al saberse moribunda en ese mismo instante. Sabía que su corta vida consistía en una caída libre hasta acabar diluida en los restos del café, que yacía moribundo en el fondo de la taza, frío como uno más de los fenómenos cadavéricos y postrado formaba los últimos posos en agónico final.
2.He impermeabilizado mi piel al sufrimiento ajeno. A lo largo de los años una capa calcárea ha recubierto mis entrañas ante el dolor de los extraños, cualidad que creo indispensable en mi trabajo. He huido de ese dolor que se viste unas veces de gritos histeriformes, y otras, mucho más indelebles en la memoria, se disfraza de pavorosos silencios de mirada ausente, que martillean perpetuamente los tímpanos, desgarran el alma y cristalizan los sentimientos bajo un manto de impotencia.
3.Respecto a que usted me haga partícipe de su testosterona en barra que tiene entre las piernas le diré que mi más estricta ética me impide copular con seres vivos que no son de mi especie, y en todo caso la entomofilia no es una de mis opciones sexuales— le espeté de forma enérgica mientras uncía mis dientes dialécticos a sus atributos masculinos que debían vivir siempre en brazos de Onán, ya que me costaba ni tan siquiera imaginar que un ser viviente pudiera disfrutar de esos apéndices por lo nauseabundo del pensamiento.
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